Me sucede que a veces tengo que viajar demasiado para encontrarme con los pueblos que
existen en los cuentos y en los poemas que leo emocionado cuando estoy solo y
tranquilo. Me sucede, entonces, que descubro, otra vez, que nadie inventa nada
y que todo no es más que el relato de aquello que está, en algún lugar,
esperando salir de allí aunque sea en un escrito o en algún comentario de
turista, despistado, que llegó al lugar que no debía porque en estos pueblos,
aparte de la plaza, nada hay para ver como no sea a la niña que mira detrás de
las cortinas a los viajeros que llegan, con la esperanza de que alguno la saque
de allí y la lleve hasta el mundo que sólo ha visto en las pantallas de su
televisor. Me sucede, entonces, que quisiera tener el poder de llevármela
conmigo hasta el mundo que ella cree bello y único. Entonces me sucede que me
doy cuenta que todavía sigo siendo un poco inocente y que creo que, algún día,
algo va a pasar y va a cambiar la vida de esta gente que no hace otra cosa que esperar.
Me sucede, entonces, que quiero ser el protagonista del cuento que alguien va a
escribir o parte del comentario que alguien va a hacer cuando regrese a su
mundo y cuente de este pueblo que existe, en alguna parte, y donde vive gente
que espera y espera a que algo pase y le ponga a su vida un poco de novedad.